Adviento: una espera llena de sentido

Nos pasamos la vida esperando: en la cola del cine o de un concierto, en la consulta del centro de salud, retenidos en un atasco de tráfico, en la lista de espera de una intervención quirúrgica, en el aeropuerto, durante el embarazo de una madre, después de haber pedido aquello que queremos en un restaurante… No estamos acostumbrados, de ninguna de las maneras.

Decía el obispo Pere Casaldàliga que vivimos inmersos dentro de la cultura «del instinto y del instante». Del instinto porque a menudo actuamos movidos por la última emoción que nos ha invadido, por el último pronto que se ha apoderado de nosotros/as. A veces, tomamos decisiones importantes sin haberlas reflexionado como haría falta.

Y del instante porque vivimos un tiempo en que todo tiene que ser inmediato y, si es sin esfuerzo, mucho mejor; como un producto de cocina rápida, para consumir todo de una, y no prestamos atención a los procesos; porque aquello que es bueno de verdad se cuece a fuego lento, sin prisas.

El Adviento es el tiempo de la espera. Unas semanas dentro del calendario anual para bajar un poco el ritmo y saborear con calma el mejor regalo que la Navidad nos ofrece cada año, la llegada de un niño que, dentro de su pequeñez, esconde lo más grande: Dios es como uno/a de nosotros/as y comparte nuestro camino, las alegrías y dificultades. No nos perdamos en grandes teorías ni en discursos complicados para explicarlo: Jesús nace dentro de cada uno/a de nosotros/as y nos invita a vivir el estilo de la solidaridad con los/as otros/as y la sencillez.

No permitamos que la rutina ahogue el sentido maravilloso del Adviento, porque no es una espera ni inútil ni vacía de contenido. Hagamos como los Reyes de Oriente que se quitaron la pereza y se pusieron en camino, dispuestos a vivir la aventura más grande. Y recordemos a lo largo de estas semanas aquellas palabras tan maravillosas del Evangelio: «Su alegría al ver la estrella fue inmensa».

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